Andolini y su amigo Dzfuck, dos verdaderos chulitos, estaban en busca de sensaciones intensas. Estos dominantes árabes, calientes como el infierno, habían planeado una noche tórrida en su garaje. Habían invitado a dos sumisos, novatos pero ansiosos por explorar este mundo de depravación sexual.
Los sumisos llegaron, un poco tensos, pero con un fuerte deseo de participar en el juego. Los dominantes se enorgullecían de mostrar sus pollas erectas, listas para exhibir su poder viril. Los ojos de los sumisos brillaban al verlos, y la competencia podía comenzar: ¿quién sería el mejor chupapollas? ¿Quién la tomaría mejor por el culo?
El riesgo de ser descubiertos en este garaje público añadía emoción. Cada ruido, cada puerta que golpeaba en algún lugar, hacía su encuentro sexual aún más erótico y excitante. Les encantaba esta emoción de peligro, esta sensación de transgresión que amplificaba su placer.
Andolini, con su voz profunda, narraba cada movimiento, dirigía cada acción. El ambiente era eléctrico, el olor a sudor y sexo llenaba el aire. Era un verdadero baño de depravación sexual. Los sumisos eran follados uno tras otro, sintiendo un placer malicioso al ser dominados. Sus culos abiertos aceptaban los asaltos de sus amos con delicia.
Los chicos eran follados uno tras otro, a veces incluso al mismo tiempo, por sus dominantes bien dotados. Una orgía improvisada para estos culos abiertos que saben aguantar durante horas. Al final, todos estaban agotados pero satisfechos, con sonrisas en sus caras y el deseo de repetir.
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